En cada camping pasan cosas que no siempre aparecen en las fotos: conversaciones inesperadas, despistes memorables, clientes únicos y momentos que se vuelven historias para siempre. “El camping cuenta…” es ese rincón del blog donde se guardan anécdotas, confidencias y relatos que nacen entre tiendas y fogatas. Algunas harán reír, otras sorprenderán y alguna quizá te haga pensar: “esto solo podía pasar en un camping”. Aquí encontrarás pequeñas crónicas de lo cotidiano, relatos con chispa y recuerdos compartidos que transforman cada estancia en algo especial. Porque un camping no solo son parcelas y árboles… también es un escenario vivo, lleno de personajes e historias que merecen ser contadas.
Los holandeses son una de esas especies humanas que parecen salidas de un laboratorio secreto: altos, fríos y serios como estatuas, pero con caravanas más grandes que tu casa. Viajan en manadas, se comunican con guturales que suenan a conjuros y, cuando llegan al camping, colonizan el terreno como si fueran conquistadores de parcelas. El holandés no sonríe porque considera la sonrisa un lujo innecesario, casi un desperdicio energético. Tú saludas con un alegre “¡Buenos días!”, y él te devuelve un “número de parcela” con la calidez de un iceberg. ¿Que el camping tiene mucho sol? Se queja. ¿Que tiene demasiada sombra? Se queja. ¿Que el vecino francés tiene una sombra mejor? ¡Triple queja con interés compuesto! Y no hablemos de la tarjeta de crédito: pedirles un depósito con PIN es como invitarles a una operación quirúrgica sin anestesia. Excusas, miradas, silencios dramáticos… hasta que al final aceptan, como si te estuvieran regalando un trozo de su alma. Ojo, no digo que todos lo sean (por si acaso algún holandés me lee y ya está preparando una queja de 12 páginas con gráficos y estadísticas).
"El desfile surrealista" - 10:00 a.m. - agosto 2025 Un grupo de treintañeros aparece en recepción. Uno de ellos decide que la moda del día será tanga de mujer + torso desnudo. Así, sin filtro, viene directo a pedirme café como si nada. Yo pienso: “Seguro estoy soñando…”. Pero no: las chicas de la recepción también lo ven. Testigos confirmados. Se va a pasear por la ciudad. Regresa horas más tarde y ya viene transformado: vestido de novia y una almohada bajo la ropa, como si esperara un bebé. Se me acerca, me besa la mano y declara con solemnidad: —“Soy soltero”. Yo en ese momento entendí que no trabajo en un camping, sino en un capítulo perdido de La Casa de los Locos. Obvio, le hice foto y video, porque si no, NADIE me lo creería.